sábado, 6 de septiembre de 2008

LA MUERTE PARA LA CULTURA HEBREA


La muerte y la memoria



Al regreso de mis vacaciones me encuentro una estela de muertos. Unos lejanos pero sentidos como próximos, caso de Paco Umbral. Otros más cercanos como Josep Moll, con quien mantuve, pese a nuestra lejanía ideológica, una relación cordial. Se me antoja que el político socialista hubiese agradecido en vida siquiera la mitad de los elogios que se le han dispensado después de muerto. Pero así es este país, aunque nunca me acostumbraré a tener que esperar a que la gente desaparezca para poder hablar bien de ella. Incluso el caso contrario- señalar los defectos de los difuntos- me parecería más lógico que el hecho de tener que alabarlos por el mero hecho de que ya hayan traspasado el umbral de la eternidad.
Estuve en Europa Central – Praga y Budapest- donde también me topé con la triste realidad de la muerte: la de los cientos de miles de judíos que los nazis asesinaron en la antigua Checoslovaquia y en Hungría. En la ciudad de Praga perecieron 80.000 judíos. En las paredes de la sinagoga denominada “Vieja-Nueva” están escritos los nombres de muchos de ellos, los que han podido ser recopilados tras un exhaustivo trabajo de investigación. Contemplar las hileras de nombres en los muros sagrados provoca escalofríos. En el piso superior de la sinagoga se exhibía una exposición de dibujos infantiles realizados por los niños y niñas recluidos en los campos de exterminio. En medio del horror, los chiquillos imaginaban paisajes verdes con ríos muy azules, pero también monstruos alados que se llevaban a sus seres queridos. Una cría que debía tener la edad de mi nieto mayor dibujó una Jerusalem imaginaria, con el mar que llegaba hasta el linde de las murallas y unas palmeras tropicales en pleno desierto de Judea
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